domingo, 19 de abril de 2009

¿las mujeres son tan violentas como los hombres?



Kaj Björkqvist, de la Turku Akademi de Finlandia, ha llevado a cabo comparaciones interculturales de niños de Europa, Norteamérica, Oriente Medio y Asia. Las conclusiones son reveladoras: todos los niños pequeños son físicamente agresivos, y antes de cumplir los tres años de edad no existen diferencias significativas entre los dos sexos en este aspecto.

A partir de entonces, cuando los niños comienzan a hablar y a reflexionar, la sociedad empieza a ser cada vez menos tolerante con las muestras de agresión física. Una patada o un manotazo son duramente reprobados. A los niños se les ofrece la posibilidad del diálogo antes de llegar a las manos. Si el comportamiento agresivo persiste en la pubertad, éste incluso se cataloga de patológico. Lo relevante es que esta reeducación de la innata tendencia a la violencia física es especialmente coercitiva en el sexo femenino.

A las niñas no sólo se les censura el empleo de la violencia física, también se les evita aprender a defenderse físicamente de una agresión. Las que deciden inscribirse en un curso de defensa personal o de artes marciales, por ejemplo, pueden ser perfectamente tachadas de machorras. De hecho, las únicas peleas entre mujeres que son socialmente aceptadas son las que se desarrollan en el barro, siempre que las combatientes vayan ligeritas de ropa. Si visionamos una reyerta entre adolescentes en Youtube (caldo de cultivo por antonomasia para la difusión mediática del bullying), asistiremos a una muestra de arañazos, tirones de pelo, chillidos y una coreografía propia de gatas irritadas. En resumidas cuentas, una parodia de pelea dura y contundente que más que nada provocará hilaridad social.

Y hablamos de adolescentes. Una mujer ya adulta, sobre todo una mujer de buena posición socioeconómica, jamás deberá tener una respuesta testosterónica. En los hombres también se da este repliegue de la violencia física, pero en las mujeres esta tendencia es mucho más marcada. ¿Qué fue de aquella niña que era capaz de golpear con tanta bravura al niño que se metía con ella? ¿Las mujeres dejan de ser violentas por condicionamientos bioquímicos, culturales o una mezcla de ambos?

La respuesta no es sencilla.

La cuestión fundamental es que la violencia femenina primigenia no se esfuma. Toda mujer esconde un Charles Bronson en su fuero interno, machote y bigotudo, pero aprende a reconducir esta violencia explosiva a otras formas de expresión más sibilinas. Empieza a recurrir a las palabras, que pueden ser más afiladas que una espada, y las mujeres se convierten entonces en expertas manipuladoras psicoemocionales.

Los hombres también son duchos en el empleo de estas armas que apenas hacen ruido, pero no siempre son capaces de expresarse de esta manera, y culturalmente no se cuestiona en tanta medida que un hombre necesite dar un puñetazo sobre la mesa.

Como señala Natalie Angier, periodista científica, en su libro Mujer, una geografía íntima:

Entre las niñas la ira se manifiesta de otras formas específicas. Una niña enfadada frecuentemente responde marchándose, dándose la vuelta, mostrando desprecio hacia quien la ofende, aparentando que no existe. Se retira, ostentosa y agresivamente. Entonces su silencio airado casi se puede oír. Entre los niños y niñas de once años, las niñas expresan su ira tres veces más frecuentemente que los niños con un desprecio jactancioso. Además, a esta edad, las niñas utilizan más que los niños un tipo de agresión denominado agresión indirecta.

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